sábado, septiembre 04, 2010

Es tarde, como la mayoría de las veces. Las estrellas apenas pueden iluminar la habitación, la cual se asoma por una ventana que huele a hierba buena y albahaca. Esa fragancia inunda las sábanas blancas, aquellas que cubren nuestros cuerpos. El ambiente calmado, silencioso; solamente se oye nuestra respiración frágil en la oscuridad. Un extenso colchón yace bajo nosotros, quieto, terso, acomodándose a cada movimiento que realizamos dormidos. Mi cuerpo, encogido como un bebé en vientre, duerme.

Estoy de espaldas a tí, invadiendo sin querer con mi cabello tu cara. Tu tambien estas dormido, pero sientes un cosquilleo en la nariz. Despiertas y retiras los mechones poco a poco. Te quedas observando mi cuerpo a medio cubrir. Quieres dibujar en mi espalda, escribir un poema sobre ella con las llemas de los dedos. Brotan de tus ojos los versos, cayendo en picado sobre la cama, pero cesas, no quieres despertarme. "Dejaré las palabras en mis manos y ella despertará con el poema en la piel", piensas.

Sentía un poco de frío; el torso desnudo. Me acurruqué un poco más y en el momento que cogí la sábana para cubrirme, abrazaste mi cintura y tus labios besaron mi espalda.


Fue una noche cálida entre tus manos, las que dejaron tinta en mi vientre.
Así dormimos, en mis sueños.

∞ Iglús · Vetusta Morla

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